"nada de método dialéctico, es puro desorden" Melinda Muriel
Pedrito se bajó de las escaleras, apurado. Cansado de estar sentado todo el día. No tenía ningún plan, no tenía ninguna idea trascendental en la capocha. Nada que lo acerque a ser algo más que Pedrito, nada. Todo lo que tenía era ganas de bajarse de la escalera.
Pedrito se fue para la esquina, se paró, se miró en el espejo grandotote de la peluquería del frente.
Pedrito se quedó ahí, solo, como duro, como si estuviera pensando, como si fuera un delincunte, un almacenero que barre la vereda de su local o como si fuera Huevo de Heladera (ese que no sirve pa otra cosa que pa estase todo el día parao en la puerta).
El hecho de ser Pedrito Pérez lo atormentaba bastante. Su hermano Juan al menos tenía nombre famoso, todos en algún momento de la vida lo habían nombrado. Ya sea para convertirlo en Sujeto de alguna oración bimembre ("Juan Pérez ayuda a su mamá", por ejemplo), ya para acusarlo de algo que no hizo (-¿Quién rompió el florero? -Juan Pérez). Él, en cambio no era nada, nadie: hacía cinco o seis años que andaba sin laburo, no tenía mujer a quién tocar a la noche. No tenía nada, no era nadie.
En el momento de pararse y mirarse en el espejo de la peluquería decidió que ya iba siendo hora de cambiar el actual estado de las cosas. Había que buscar algo pa hacer, pa que se lo reconociera. Tragarse muchas monedas de un centavo no era buena idea, ya lo había visto en la tele y, para colmo de males, podía dejarlo ciego. Lograr la mayor longitud cabellosística, tampoco: se estaba quedando pelado.
¡¿Qué mierda hacer para no ser más que Pedrito Pérez?! ¿Cómo carajo hacerse un poco famoso? ¿Cómo ser alguien?
Existía la remota posibilidad de rajarse de la anonimia. Pero era un poco arriesgada, más que arriesgada cruel y dañina. "¿Pero qué poronga pueden importarme el riesgo y la crueldad si se trata de fama perpetua?" pensó el menor de los dos hijos Pérez.
Así, Pedrito se decidió y fue "a por ello". La mente vacía se había convertido en un "enquilombe ampresionante".
Compró unas pastillas Renomé y se tomó el R6. Cuando se iba bajando se encontró con lo que no quería: su hermano Juan, pero su hermano Juan con un revolver. Su hermano Juan con un 22.
"Pa defender la casa de los choros, viste como está esto hoy. Entran, saben que sos famoso y te revientan la casa, los chicos y hasta capaz te culean", sentenció el Sujeto Expreso Simple de cualquier Predicado de secundaria.
A Pedrito le agarró como una especie de angusta postex-sistencial. No podía creer que el Objeto Indirecto más famoso de la Lengua Española estaba armado. Pero bueno, no había otra que hacerle. Ya estaba decidido. Tenía con qué darle, así que ahora había que encontrar la forma de reventarle la cabeza al güevón de Juan. No podía dejar escapar la oportunidad.
Entonces encontró la forma. La más obvia, la más simple, la más vulgar y por eso mismo la más efectiva: pedir el 22 un rato "pa sentirle el peso". Una vez en sus manos disparaba y ya: él, Pedrito Pérez se consagraría como el nuevo Sujeto de todo análisis oracional. Era una cuestión de actitud, una cuestión subjetiva.
Entonces, el hermano del escolarmente archiconocido Juan Pérez agarró el revolver y tiró a sangre fría y sin remordimiento.
Lamentablemente su intento fue al reverendo pedo: terminó en cana, sus padres le negaron la palabra y, lo que más le pesó, no lo recordó ni el diario del día siguiente, quienes lo relegaron a Complemento Agente de la oración que encabazaba los títulos de la mañana siguiente:
"Juan Pérez fue asesinado."
"Juan Pérez matado a sangre fría."
"Juan Pérez ha sido muerto."
"Juan Pérez matado a sangre fría."
"Juan Pérez ha sido muerto."
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