martes, 7 de octubre de 2008


Hoy cuando, después de almorzar, me eché un ratito a leer en el sillón me quedé dormido. Algo casi obvio, sobre todo si el almuerzo es un sandwich de milanesa comprado en La Perla. A los diez o quince minutos de haber quedado mosca, sentí que me estabas besando. Era muy, pero muy real. Sentía tus labios pegados a los míos. Era uno de esos besos muy apasionados, cargados de sexo, pero al mismo tiempo repletos de cariño y amor.
Sospeché.
No sentía eso desde poco antes del inicio de agosto. Pensé mientras respondía a tu beso: "esto no puede ser otra cosa que un sueño, tengo que abrir los ojos para comprobarlo. Pero ¿si los abro y no está? Puede ser peligroso. Aunque corro con los mismos riesgos de que hayan pasado los meses que faltan para la llegada, es decir, que sea febrero (¡eso implicaría que saqué inglesa y semiótica!)." Dudé mucho. Mientras tanto no iba a desaprovechar la oportunidad: puse mi mano en tu cabeza y te acaricié atrás de la oreja, te acaricié el pelo, mordí un poquito tu labio inferior y tomé coraje.
Cuando abrí los ojos, efectivamente caí en la cuenta de que tenía que seguir estudiando el neoclasicismo inglés, que me quedan dos semanas para rendir semiótica y estoy hasta el porongón y, por si eso fuera poco, que no me estabas besando. Maldije todo un ratito. Otro ratito me sentí medio tristón. Al final terminé alegre por haber experimentado algo que no pasa hace muchisísimo tiempo. Me levanté, me lavé los dientes.
Volví a estudiar.
A la tarde, a eso de las 19:30, decidí que era hora de preparar un bizcochuelo, de esos de manzana y naranja que no hago hace mucho. Todavía no lo prové, pero creo que me salió rico.
Si te despertás soñando que comés eso o bife de hígado, es porque lo cociné hoy.
Para vos.

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